miércoles, 17 de junio de 2009

Instintivamente...


Aparentemente, esta parece una estampa que desprende un misticismo e inspira paz, comodidad, tranquilidad. Es una de las muchas interpretaciones que se le puede dar a una foto. Somos una sociedad que se mueve por imágenes, por instintos, por cosas sensitivas. El oído, el tacto, el gusto, el olfato y, sobre todo, la vista nos han guiado en innumerables ocasiones por viajes insospechados que acabaron en un fracaso rotundo. En el engaño.

No sé qué habran pensado ustedes, seguramente algo totalmente distinto a mi percepción, pero a mí esta toma me sugiere escribir una historia de una noche de amor desenfrenado que ha durado mil y una madrugadas en esa misma cama. Un lecho que había tenido que aguantar incontables golpes y mordeduras de amor; y las que quedaban.

Tahimi se había despertado y no había encontrado a nadie a su vera. Nada le parecía extraño. Todos sus amantes aprovechaban hasta el último segundo de ocaso lumínico para pasar desapercibidos en las noches frías. Cuando más calor se necesita. Nunca esperaban al alba para coger las llaves del coche, la cartera, el teléfono móvil y su alma perdida. Ni siquiera miraban a sus espaldas. Un último adiós no era una opción.

La sensación más conocida por Tahimi era ese regusto de amargura que nos queda por la despedida de alguien. Cada mañana sus párpados dejaban de abrazarse para dar la bienvenida a un nuevo día. La vista siempre fijaba su objetivo en esa maldita foto; el oído se ponía en funcionamiento y escuchaba la sinfonía de las risas infantiles jugando en la calle; sus manos palpaban la soledad de las sábanas casi sin arrugas; su nariz inspiraba y cogía la primera bocanada de humedad típica de La Habana. Pero...¿y su corazón? En su corazón había demasiados agujeros propiciados por el ir y venir de recuerdos que asediaban su mente. Bombas de relojería que daban en el punto débil. En su sexto sentido.

No podía llegar a entender cómo él fue capaz de hacer eso. Nunca se había convencido de que Isaac fuera a dejarla sola. Él había decidido dejar escapar su vida con un simple nudo de cuerda y una silla para alcanzar a rodearse el cuello. Un simple toque, y adiós. El lugar elegido fue al lado de esa misma puerta por la que todos los amantes de Tahimi salían sin despedirse, sin el más mínimo remordimiento de aquel que hace el mal.

Isaac se había marchado y en la cama había dejado un pequeño ramo de flores de plástico y una nota escrita a mano con la tinta corrida por las lágrimas con las que la escribía. Ya no importaba nada. Sólo fue capaz de escribir algo de corazón para que ella tuviera siempre presente el poco amor que le quedaba hacia él.

"Mi camino, mi fuerza, mi hálito de vida, mi Caronte del Cielo"

Y para más prueba de su amor, Isaac se ahorcó de espaldas a la puerta, mirando hacia la cama. Queriendo entrar en la vida de Tahimi, y no salir de ella.

Desde entonces, Tahimi se quedaba petrificada cada noche mirando hacia la puerta, de la que ya no entraba ni salía nadie. Intentaba ver sus ojos. En su mesilla de noche, tenía la nota de muerte de Isaac, una lámpara, y esa foto que siempre miraba nada más abrir los ojos. Era una foto de ella misma, instintivamente sola...

1 comentario:

Eijira dijo...

sencillamente increible...

hola jose =) bienvenido a mi burbuja, a ese lugar al que nunca he vuelto a dejar entrar a nadie, donde esta encerrado mi verdadero yo. Ese "yo" que te enseñé una vez y que nunca más volvió. ÑA(L)!