jueves, 5 de junio de 2008

Senderos desde el sueño de la inocencia


Calle céntrica 1º de mayo. Son las 20 h según el reloj de mi móvil. Me encuentro sentado en una especie de bordillo que sobresale de una gran cristalera que sirve de escaparate a una correduría de seguros. Ante mí un batallón de coches y motos que centran todas sus ansias en la búsqueda de refugio en sus hogares, desbocados, hambrientos. Frente a mí, el enorme edificio de Correos, que sirve de sucursal general de la ciudad de Las Palmas y en cuyo interior se encuentra mi madre cumpliendo con su deber laboral. Me dispongo a abrir mi chocolatina favorita que minutos antes había comprado en la calle Tomás Morales. La oscuridad se cierne sobre mí mientras espero a que mi padre llegue de su trabajo de por las tardes, y a mi hermano, que viene de casa de mi abuela en guagua. Un día, en líneas generales, tranquilo.
Todo cambió en cuestión de segundos. Lo que iba a ser un día aparentemente bueno se transformó de una forma tan rápida como lo que tarda en encenderse una bombilla tras apretar el interruptor, como lo que tardaría en enamorarme de ti. De un momento a otro me vi envuelto en una situación que ojalá no hubiera presenciado. A mi derecha, a unos cinco metros, veo a una pareja de unos 40 años cada uno, aparentemente conversando y disfrutando de la belleza de una tarde que sólo un ser superior sería capaz de regalarnos en bandeja de plata. Los miro con una envidia sana con la que solamente alguien que ha conocido lo que es el amor puede mirar.
Mi sorpresa viene al poco rato de quedarme embobado de mirarlos. El marido comienza a dar cabeceos de un lado a otro, en señal de derrota. A eso le siguen aspavientos con las manos. Pronuncia algo pero no soy capaz de leer sus labios ¿quizás fue mejor no enterarme? No lo sé. Tras esto, caras de tristeza y resignación. Ella parece que, la leve brisa que el movimiento de los coches provoca, le arranca de sus ojos marrones una lágrima tras otra. Sus trayectorias se separan. Él camina dirección a la Plaza de Colón; ella, con dirección a Paseo de Chil.
Definitivamente sus caminos se separan. Una historia más de la vida cotidiana. Las personas se unen y se separan continuamente. Es ley de vida. Sin embargo, ahora que recuerdo, había una tercera personita en esta normal pero triste historia. A medida que se separaban sus caminos cual cambio de agujas de ferrocarril, la madre empujaba algo con sus brazos con algo de desgana por el enorme peso con el que cargaba en ese momento: su alma. En efecto, era un carrito de bebé. La criatura no tenía más de un año. En esos momentos su única preocupación era su chupete. En sus ojos solo se veía la inocencia del mal trago que habría pasado si su edad hubiera sido otra. En mis mejillas se establece una carrera entre las lágrimas de ambos ojos para ver cual es la primera que acaricia mis labios y me sazona el gusto para dejar en el olvido la amargura de esta ruptura. Hasta ahora no he podido quitarme de la cabeza esa imagen, de su cara, de la tímida sonrisa que esbozaba al mirarme...
A veces, es inevitable que los caminos de dos personas se desvíen en sentidos y direcciones distintos. Sin embargo, todo cambia cuando hay hijos de por medio, cuando las irresponsabilidades de los padres inciden de forma negativa en la libertad y en la pobre inocencia de un niño indefenso ante el mundo. A lo mejor es preferible así, dejar que la vida siga su curso, que los ríos se desboquen y causen inundaciones hasta en las ciudades más desarrolladas, que los volcanes demuestren todo su poderío ante la impasibilidad de los seres humanos. A lo mejor no, quizás hubiera sido una mejor opción el aunar los esfuerzos y poner cada uno su granito de arena por el bien del niño. Pero no es el caso, alguno de los dos, o los dos, prefieren sacar la mejor versión de su orgullo para la ocasión. No sé adónde queremos ir a parar.
Cuántos caminos se habrán separado del mío, cuántas veces me veré obligado a caminar sin compañía por senderos desconocidos, oscuros, angostos y peligrosos. Y las que me quedan. Por el contrario, sé que esos caminos por los que a nadie le gusta caminar algún día se volverán en inolvidables paseos, los caminos se volverán más anchos, en los que quepa más gente. Un camino en el que confluyan todos mis sueños. Un camino para dar cabida a todas mis ilusiones. Y la primera es seguir escribiendo.
¡Ah! Adivinen quién de los dos fue la única persona que se dio la vuelta para ver cómo se escapaba su pasado, presente y, ¿futuro?

1 comentario:

eme dijo...

Tu texto me ha hecho recordar algo que me pasó hace ya... jo, qué alegría, tengo que echar cuentas, ya ni me acuerdo! 10 meses. Yo estaba al otro lado de tu mirada, en un banco, sonriendo y de repente llorando. No tengo un churumbel, pero el daño te puedo asegurar que fue grande de todas maneras. Una no sabe por qué nuestros lazos se rompen un buen día pero con el tiempo aprende de ello y aprende a vivir y créeme, al final todo se ve de diferente manera. Sigue escribiendo, a muchos nos gusta leerte y estamos deseosos por ver tus nuevas miradas con nuevos colores ;)