
Bonito tema el que se me ha presentado casi sin darme cuenta, pero del que venía reflexionando hace unas semanas. Bueno, para qué negarlo. Vengo reflexionando sobre él desde que tengo uso de razón. Quizás debido a su importancia máxima en mi forma de ver la vida; quizás porque nunca he sentido dicha sensación recorriendo mi cuerpo por cada resquicio hasta calarme los huesos.
Es lógico que se pregunten cómo pretendo yo hablar sobre algo de lo que no tengo pruebas empíricas para demostrar lo que realmente es, cómo tengo la valentía de intentar transmitir algo hacia los demás sin haberlo paladeado nunca antes. Es más, yo mismo me pregunto si algo de magnitudes tan estratosféricas puede llegar a existir en un mundo que está embelesado por los focos del egoísmo y del egocentrismo.
Es cierto, la imaginación nos puede llevar a mundos hasta ahora desconocidos para nosotros. Sin embargo, su combustible es finito y no siempre nos hace llegar a lo podríamos llamar una autosuficiencia plena. En otras palabras, no podemos abastecernos nosotros mismos de las emociones que nos hacen ser incompletos en un punto determinado de nuestra vida. ¡Qué fácil y qué aburrido sería todo!
Por tanto, es inevitable tener que valernos de otras personas para que nos insuflen aquello que tanto anhelamos, y que, a lo mejor, nos decepciona una vez que nos han hecho palpitar el corazón un par de minutos a una velocidad ligeramente superior a la normal. Es inevitable tener que coger el impulso en otras sonrisas diferentes a la de uno mismo para poder saborear las mieles del éxito.
Y es que es jodidamente inevitable imaginar tu sonrisa, tu pelo, tus manos, tus ojos... Es jodidamente frustrante no poder poner una cara a un sentimiento que rodea tanta felicidad, tranqulidad, paz. Eres tú la única que me quita el aliento y me lo devuelve cerrando los túneles de nuestras bocas. Autopistas hacia el cielo se cruzan en una desenfrenada lucha por abrazar nuestros labios deseosos de un respiro. La anestesia de la pasión que Apolo no pudo inyectar a Dafne, árbol de hoja caduca.
Pero más frustrante aún es no poder escuchar la melodía que debe de componerse con el roce de la brisa en tu pelo. El aire encajaría perfectamente en el pentagrama negro de tu cabello. "Do, Re, Mi.." Un pentagrama no en clave de sol, ni de luna. En clave de beso. La luz de la luna llena delataría la tímida sonrisa que esbozas cuando te robo la mirada e intento hacerte ver que me encantas. El pequeño astro de la noche es mi aliado para regalarte mil miradas más, y sacarte infinidad de sonrisas cada noche, al son del latir de nuestros corazones acelerados. Porque sacrificaría todas y cada una de mis horas de sueño para oír a tu corazón susurrando mi nombre...
Porque me muero de ganas de escribirte sin palabras. Convertirnos en ciegos por un momento, cerrar los ojos, y dejar que nuestras manos lean por sí solas lo que dice la piel del otro. Leerte en braille y aprendérnoslo de memoria una y otra vez...
Porque no me importa que todos los semáforos de la ciudad se pongan en rojo, sólo así tendré una excusa más para poder besarte.
Sólo así podré dejarte sin palabras.
Es lógico que se pregunten cómo pretendo yo hablar sobre algo de lo que no tengo pruebas empíricas para demostrar lo que realmente es, cómo tengo la valentía de intentar transmitir algo hacia los demás sin haberlo paladeado nunca antes. Es más, yo mismo me pregunto si algo de magnitudes tan estratosféricas puede llegar a existir en un mundo que está embelesado por los focos del egoísmo y del egocentrismo.
Es cierto, la imaginación nos puede llevar a mundos hasta ahora desconocidos para nosotros. Sin embargo, su combustible es finito y no siempre nos hace llegar a lo podríamos llamar una autosuficiencia plena. En otras palabras, no podemos abastecernos nosotros mismos de las emociones que nos hacen ser incompletos en un punto determinado de nuestra vida. ¡Qué fácil y qué aburrido sería todo!
Por tanto, es inevitable tener que valernos de otras personas para que nos insuflen aquello que tanto anhelamos, y que, a lo mejor, nos decepciona una vez que nos han hecho palpitar el corazón un par de minutos a una velocidad ligeramente superior a la normal. Es inevitable tener que coger el impulso en otras sonrisas diferentes a la de uno mismo para poder saborear las mieles del éxito.
Y es que es jodidamente inevitable imaginar tu sonrisa, tu pelo, tus manos, tus ojos... Es jodidamente frustrante no poder poner una cara a un sentimiento que rodea tanta felicidad, tranqulidad, paz. Eres tú la única que me quita el aliento y me lo devuelve cerrando los túneles de nuestras bocas. Autopistas hacia el cielo se cruzan en una desenfrenada lucha por abrazar nuestros labios deseosos de un respiro. La anestesia de la pasión que Apolo no pudo inyectar a Dafne, árbol de hoja caduca.
Pero más frustrante aún es no poder escuchar la melodía que debe de componerse con el roce de la brisa en tu pelo. El aire encajaría perfectamente en el pentagrama negro de tu cabello. "Do, Re, Mi.." Un pentagrama no en clave de sol, ni de luna. En clave de beso. La luz de la luna llena delataría la tímida sonrisa que esbozas cuando te robo la mirada e intento hacerte ver que me encantas. El pequeño astro de la noche es mi aliado para regalarte mil miradas más, y sacarte infinidad de sonrisas cada noche, al son del latir de nuestros corazones acelerados. Porque sacrificaría todas y cada una de mis horas de sueño para oír a tu corazón susurrando mi nombre...
Porque me muero de ganas de escribirte sin palabras. Convertirnos en ciegos por un momento, cerrar los ojos, y dejar que nuestras manos lean por sí solas lo que dice la piel del otro. Leerte en braille y aprendérnoslo de memoria una y otra vez...
Porque no me importa que todos los semáforos de la ciudad se pongan en rojo, sólo así tendré una excusa más para poder besarte.
Sólo así podré dejarte sin palabras.





